Capítulo uno.

-               ¿Quién soy? - Cande aprieta con fuerza sus palmas cálidas y húmedas contra mis mejillas dejándome la marca de su anillo. Y, aunque tenga los ojos cerrados y tapados, sé que lleva el cabello peinado con la raya en el medio, que se ha puesto su corsé de vinilo negro debajo del uniforme, y que sus ojos parecen dorados porque lleva lentillas amarillas.

También sé que su padre no se ha marchado por "asuntos de negocios", como dice; que el entrenador personal de su madre es algo más que un "entrenador personal", y que su hermano pequeño le ha roto el CD de Evanescence, aunque tiene demasiado miedo para decírselo. Sin embargo, no he averiguado nada de todo esto espiándola ni vigilandola, ni tampoco me lo han dicho. Lo sé porque tengo poderes psíquicos.

          -¡Venga, adivínalo! ¡El timbre está a punto de sonar! -exclama. Su voz chillona retumba en los pasillos. Yo sigo callada mientras intento pensar en la persona con quien menos le gustaría que la confundieran.
          -¿Eres Hilary Duff?
          -¡Uf! Prueba otra vez. -Me aprieta con más fuerza, sin tener ni idea de que a mí no me hace falta ver para saberlo.
          -¿Eres Marilyn Manson? -Cande ríe con ganas antes de soltarme. Se aparta y se lame el pulgar para borrarme la marca que su anillo me ha dejado en la mejilla, pero yo le aparto la mano de un manotazo. El contacto es demasiado revelador, demasiado agotador, así que intento evitarlo a toda costa. Mi amiga me agarra la capucha de la sudadera y me la aparta de la cabeza. Entorna los párpados al ver que llevo puestos los auriculares y pregunta:

          -¿Qué estás escuchando? -Busco en el interior del bolsillo que he cosido para el iPod en todas mis capuchas y que sirve para ocultar los inevitables cables blancos a los ojos de los profesores; luego le ofrezco el reproductor y observo como abre los ojos de par en par.
          -¿Qué demonios...? ¿Por qué narices tienes el volumen tal alto? ¿Y quién es ese? –pregunta.  Deja los auriculares del iPod colgando entre las dos para  que ambas podamos escuchar a John Lennon. 
          -Son los Beatles –le digo al tiempo que apago el reproductor y vuelvo a guardarlo en su compartimiento secreto.
          -Me sorprende que me hayas oído siquiera… -Cande sonríe en el preciso instante en que suena el timbre. Yo me limito a encogerme de hombros. No me hace falta “escuchar” para “oír”. Aunque no pienso admitir eso delante de ella. Solo le digo que la veré a la hora del almuerzo y me dispongo a cruzar el campus para dirigirme a clase.

 Me dirijo hacia mi asiento, al fondo del aula y trato de esquivar la mochila que Paula Reca ha colocado adrede en medio de mi camino; mientras paso, hago caso omiso de la serenata diaria de “¡FRACASADAAAAA!” que ella canturrea para mí entre dientes. Después me siento en mi silla, saco de la mochila el libro, el cuaderno y el bolígrafo. Me pongo los auriculares, me subo la capucha  de la sudadera, dejo caer la mochila en el sitio vacío a mi lado y espero a que aparezca el señor Amadeo.

Cierro los ojos y espero, mis dedos se cuelan bajo la sudadera para cambiar la canción por algo más lento. Supongo que la relación alumno-profesor consigue de algún modo mantener a raya la energía psíquica.

No siempre he sido un bicho raro…