26 de julio de 2013

Capítulo trece.

MARATÓN:
+10 COMENTARIOS.




—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara? Peter, respóndeme, por favor. No entiendo nada. Hace un momento, estábamos tan bien, y ahora parece que no puedas soportar estar en la misma habitación que yo. —Notaba cómo la voz empezaba a temblarle de rabia y de algo más complicado que por el momento no quería analizar—. ¿Es por Pablo?

Peter levantó la cabeza, que hasta ese momento había tenido entre las manos, y la miró. Durante un segundo fue como si quisiera abrazarla, pero en seguida desvió la mirada hacia el despertador y respondió:

—No.

—¿NO?

—Está bien, sí, pero sólo en parte. —Se levantó de la silla y empezó a pasear por la habitación—. No sé qué me pasa contigo, pero me está volviendo loco y no me gusta nada. Nada. Cuando eras pequeña ya me pasaba. Siempre estaba preocupado por saber dónde estabas, si te veía sonreír me ponía nervioso, Dios, incluso le hablé de ti a Nana. Cuando había tan mal ambiente en casa, pasar un rato contigo bastaba para que volviera a tener un poco de confianza en el amor. Hubo un momento en que pensé que era tan evidente lo que me pasaba que si la policía lo descubría me arrestarían. —Lali estaba paralizada, no se atrevía a interrumpirle—. ¿Sabes que cuando vine a vivir a Inglaterra te echaba de menos? Tú eras una adolescente y yo te echaba de menos; patético.

—No es patético. A mí también me pasaba todo eso. —Lali se levantó y empezó a andar hacia él. Decidió ser igual de sincera—. Yo también me estoy volviendo loca, también te echaba de menos y aún me pongo nerviosa si me sonríes. —Se atrevió a poner la mano en su espalda y notó que estaba rígido.

—No lo entiendes, Lali  yo no quiero sentirme así. He visto lo que hace el amor, he visto cómo aniquila todo lo que toca y no lo quiero en mi vida. Ni ahora ni nunca. No soy capaz. —Sonrió, una sonrisa que a Lali le rompió el corazón—. Hasta ahora me ha ido bien, siempre he estado con mujeres que sólo querían pasar el rato, divertirse. Contigo no sé si podría controlarlo. Y si saliera mal, no sólo nos haríamos daño, sino que perdería al mejor amigo del mundo, y tu familia nunca podría perdonármelo.
Se apartó de ella.

—¿No has pensado que podría acabar bien? ¿Que podrías ser feliz? —Lali se notaba los ojos llenos de lágrimas que no tenía ninguna intención de derramar.

—El riesgo no merece la pena. —Suspiró y cerró los párpados un instante—. Creo que lo mejor será que no volvamos a estar solos. Está visto que eso nos trae problemas. Mira, en estas últimas semanas casi no hemos coincidido, de modo que lo único que tenemos que hacer es seguir así hasta que te vayas. —Al ver que ella no decía nada, preguntó—: ¿En qué piensas?

—Pienso que eres un cobarde y un exagerado. Podríamos intentarlo. La vida no es así de dramática; si sale mal, mi hermano no vendrá a matarte o a pedir que te cases conmigo. Y si sale bien, ¿quién sabe?, a lo mejor incluso eres feliz. Peter —añadió—, nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Ni cuando era pequeña ni ahora. —Intentó abrazarlo, pero él volvió a apartarse, y entonces ella comprendió que nada de lo que pudiera decir o hacer lo haría cambiar de opinión.

—No. Prefiero dejar las cosas como están. Lo mejor es que nos vayamos a dormir. —Se levantó y le abrió la puerta de la habitación—. Esto ha sido un error, sólo tenemos que olvidarlo y actuar como compañeros de apartamento. Mañana será otro día.

Viendo que Peter daba por terminada la conversación, Lali lo miró una vez más a los ojos, para ver si veía algo que le recordara al hombre que hacía sólo unos minutos la besaba como si la necesitara para sobrevivir. Pero él ya no estaba allí. Entonces decidió decirle lo del apartamento.

—Esta semana he visto unos cuantos apartamentos que podría alquilar.
Si a Peter le sorprendió la noticia, lo disimuló a la perfección.

—No es necesario —dijo tras unos segundos.

—Sí lo es.

—Puedes quedarte aquí. —Peter se frotó los ojos—. No me importa.

—A mí sí. —Lali se obligó a mantener la mirada fija en sus ojos—. Supongo que la semana que viene ya lo tendré todo listo, entonces me iré. —Él seguía sin inmutarse—. Como mañana es sábado, si quieres me iré a pasar el fin de semana a casa de Simón.

Al oír el nombre de su amigo, a Peter le tembló un músculo de la mandíbula.
—Ya te he dicho que no es necesario. —Apretaba el pomo de la puerta con tanta fuerza que empezaba a tener los nudillos blancos—. No creo que a él le guste ser plato de segunda mesa.

De la rabia que sintió, a Lali se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se negó a derramar ninguna delante de Peter e irguió en cambio la espalda para contestarle:

—Mira, una cosa es que tú seas un cobarde y que sólo te encuentres cómodo acostándote con mujeres por las que no sientes nada. Pero no te atrevas a insinuar que yo hago lo mismo. —Estaba furiosa, y al ver que a él le dolía esa acusación, sintió un poco de alivio.

—Lo siento, no quería decir eso —se disculpó Peter a media voz. En el mismo instante en que pronunció las palabras, sabía que se estaba equivocando. Lali era incapaz de utilizar a Simón  pero una parte de él había querido hacerle daño, había querido que ella dejara de mirarlo con aquellos ojos llenos de comprensión, porque sabía que, de lo contrario, él no iba a poder alejarse.

—Yo en cambio sí quería decir lo que he dicho. —Y con esto, salió de la habitación sin mirar atrás.
Como era de esperar, ninguno de los dos durmió.

Peter pasó toda la noche recordando cómo las discusiones de sus padres le había arruinado la infancia, pero si era sincero, eso no había sido lo peor. Lo peor había sido ver cómo su padre, aún completamente enamorado de su mujer, se había ido consumiendo hasta morir. A Salvador Lanzani no le había importado nada, ni su propia madre, que lo apoyaba, ni su hijo. Se había dedicado a beber hasta perder el sentido y, cuando lo consiguió, decidió que ese estado etílico se iba a convertir en su estado habitual. Incluso ahora, Peter tenía que esforzarse por recordar a su padre sobrio. Por suerte, Nana siempre había estado a su lado, y lo ayudó a no odiarlo. Con Lali entre sus brazos, sentía como hacía años que no sentía. No sólo porque lo excitaba más allá de la razón, sino porque con ella tenía ganas de temblar, de emocionarse, de arriesgarse a bajar la guardia; pero si valoraba todas las consecuencias, bueno, era mejor así. Sí, sin duda no arriesgarse era la mejor decisión. No entendía por qué el corazón le daba un vuelco al pensarlo, y por qué su entrepierna se negaba a aceptarlo. En fin, ya lo lograría de alguna manera.
_________________________________________________________________________________

12 comentarios: