9 de julio de 2013

Capítulo cinco.





El despertador sonó a una hora imprudente, sobre todo teniendo en cuenta que Lali no había pegado ojo en toda la noche. Ese día empezaba a trabajar en The Whiteboard y no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Bajo el agua, invirtió todo su tiempo en resolver una cuestión completamente absurda pero de vital importancia, dado su estado de ánimo: cómo vestirse el primer día de trabajo. La única opción que tenía era llamar a Helena. Ella era genial con lo de las primeras impresiones; siempre sabía qué ponerse. Seguro que era un gen que a ella no le pusieron. Logrado su primer objetivo, ducharse, Lali se puso la bata, se peinó y salió del baño para llamar a su hermana.

—¿Helena?

—¡Lali! ¿Sabes qué hora es? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Bueno, en fin, ¿qué quieres? No, no me lo digas, ¡te has acostado con ese bombón!

—No. Te juro que no me he acostado con nadie. —Lali se estaba sonrojando con la conversación. Cómo se le había ocurrido llamar a la tonta de su hermana pequeña.

—Está bien, si no me llamas para contarme eso, ¿qué te pasa?

—¿Qué me pongo para ir hoy al trabajo? No, no te rías, ya sabes que eres infinitamente mejor que yo para combinar la ropa. Por favor, ayúdame, es mi primer día.

—Vamos a ver, tengamos en cuenta todos los factores: es tu primer día, vas a trabajar con fotógrafos y periodistas y, lo más importante, ese hombre guapo va a estar contigo... Eh. Ya sé, ponte el pantalón negro de cintura baja con la camisa salmón, el pañuelo que le robaste a mamá y los tacones negros. Así estarás interesante y atractiva, y píntate un poco los ojos. ¿De acuerdo?

Esta bien. Eres la mejor. Muchas gracias, te llamaré cuando vuelva. Besos.

De nada, pero a no ser que te acuestes con como se llame, la próxima vez llámame a una hora normal. Me vuelvo a la cama. Adiós y, como dice papá, a por ellos, que son pocos y cobardes. Besos.

Resuelto el problema de la ropa, Lali colgó el teléfono y se dispuso a seguir al pie de la letra las instrucciones de Helena. Cuando estuvo vestida, se secó el pelo y se maquilló un poquito los ojos. Al mirarse al espejo, decidió que no estaba nada mal, se veía atractiva y, si sus nervios no la traicionaban, podía incluso causar buena impresión. Ya eran las 7.30. Peter le había dicho que tenían que salir a las 8.00, así que aún le quedaba un ratito para desayunar algo. Se dirigió a la cocina.

Buenos días. —Peter le sonrió a la vez que le servía una taza de té.

Buenos días. Gracias. —Lali aceptó la taza y se sentó. Estaba nerviosa y no quería echarse el té por encima; eso sí que sería un problema.


¿Estás nerviosa? —Peter se sentó delante de ella—. No lo estés. Todo irá bien, ya lo verás. —Quería tranquilizarla y le acariciaba los nudillos con el pulgar.

¿Yo? No, bueno, sí, sí estoy nerviosa. No sé qué voy a hacer, seguro que, sea lo sea, no sabré hacerlo. Me equivocaré y tendré que volver a Buenos Aires, tú te enojarás y Pablo me matará. Así que sí estoy nerviosa y... ¿se puede saber por qué sonríes?

—Por nada. Cuando te pones nerviosa, empiezas a hablar sin sentido y me recuerda a cuando eras pequeña.

¡Vaya! Esto sí que es tranquilizador, ahora resulta que parezco una niña pequeña.

—Eh, yo no he dicho eso. Vamos, no te preocupes, todo saldrá bien. Tenemos que irnos ya. Por el camino te cuento lo que vas a hacer y ya verás cómo dentro de una semana lo tienes todo controlado. —Peter se levantó, dejó las tazas en el fregadero y recogió unos papeles que estaban en la mesa del comedor. Lali tomó su bolso y, cuando iba a salir, Peter le puso ambas manos encima de los hombros y la miró:

—¿Sí? —preguntó ella ante su silencio.

—Nada, sólo quería decirte que estás guapísima.

Dicho esto, salieron del piso y Peter cerró la puerta.
En la calle se notaba que era lunes y que la gente tenía que ir a trabajar; todo el mundo parecía llegar tarde. Lali y Peter se dirigieron al metro. The Whiteboard estaba sólo a dos paradas y, mientras esperaban, Peter le contó los distintos caminos que podía utilizar para ir al trabajo y las ventajas e inconvenientes de cada alternativa. Cuando salieron del vagón, a Lali empezaron a temblarle las piernas y se sentó en un banco de la estación.

¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Peter preocupado.

—No, bueno —respondió ella sin mirarlo a la cara—. Estoy nerviosa y, cuando estoy nerviosa, además de hablar sin sentido, me tiemblan las piernas. Es sólo un momento. 

Peter se sentó a su lado y le puso una mano sobre la rodilla.

No te preocupes. —Tras un silencio añadió—: Creo que nunca me había sentado en un banco del metro. ¿Sabes?, Lali  desde que has llegado, y sólo hace tres días, me siento distinto. El problema es que aún no he decidido si me gusta o me molesta. Aunque hay una cosa que sí tengo clara.

—¿Ah, sí?

—Sí, y es que me da miedo averiguarlo.

Lali vio que hablaba en serio. Aquel hombre de casi dos metros, que había cruzado medio mundo persiguiendo noticias, le tenía miedo. Pero en sus ojos azules había algo más que miedo; había curiosidad. Peter desvió la vista hacia sus labios. Él la miraba concentrado, como si estuviera sopesando qué decir y cómo decírselo. A Lali se le empezó a acelerar el pulso, y la estampida de búfalos que había sentido cuando lo vio días atrás, volvió a atravesar su estómago. Peter parecía fascinado y, despacio, levantó la mano y la acercó al rostro de Lali  En ese instante, el resto del mundo desapareció. La estación de metro, la gente, el ruido, todo. Sólo estaban ellos dos mirándose a los ojos como si fuera la primera vez. Peter le acarició la mejilla, sus dedos temblaban casi tanto como las piernas de Lali  Le recorrió la ceja con el dedo índice, siguió lentamente con la nariz y se detuvo encima de sus labios. Una breve pausa y su boca siguió el mismo destino. Peter se apartó como si de repente se hubiera dado cuenta de dónde estaban. Respiró hondo y carraspeó. Cuando volvió a hablar, Lali no supo si habían pasado dos minutos, dos segundos o dos horas.

Deberíamos irnos. —Se levantó y esperó a que ella hiciera lo mismo—. Es por aquí —señaló Peter. La tomó por el brazo y se detuvo de nuevo delante de ella—. Lali, lo siento.

¿Por qué? —Ella fingió no saber a qué se refería.

Eh... —Peter se sonrojó de nuevo—. Haberte... besado. —Ni él mismo sabía cómo definir lo que acababa de pasar.

Ah, eso. —Hizo un esfuerzo por no ruborizarse y aparentar normalidad—. No te preocupes. Ya sabes, los Martinez somos muy cariñosos, y al fin y al cabo tú sólo eres como de la familia, ¿no? —Lali no sabía cómo se le había ocurrido semejante tontería—. Además, seguro que no te has olvidado de que en mi familia todo el día nos estamos besuqueando y abrazando. Aún me acuerdo de lo incómodo que te sentías cuando mi madre te abrazaba.

Me alegro. —Peter empezaba a relajarse de nuevo, pero siendo sincero consigo mismo, tenía que reconocer que le molestaba un poco que ella no estuviera más afectada por su beso—. Deberíamos acelerar el paso o no llegaremos.

Caminaron a más velocidad y, tras unos doscientos metros, se detuvieron delante de un edificio negro con cristales tintados y un guardia de seguridad en la puerta. En una de las placas de la pared se leía «The Whiteboard».

Tu departamento está en el primer piso, yo estoy en el segundo, junto con los periodistas, y con Nicolás, el señor Vázquez, el director. Ahora está de viaje, pero cuando vuelva te lo presentaré. ¿De acuerdo? Tu trabajo va ser sencillo al principio. Luego ya se irá complicando. Vamos a buscar a Lucas para que te presente al resto del equipo y te cuente los detalles. ¡Lucas!

En ese momento, Lucas, que estaba sentado delante de un ordenador, se levantó y se dirigió hacia ellos. Debía de tener unos treinta y pocos años y era la viva imagen del típico aventurero. Nada más verlo, Lali pensó que sería genial para sustituir a Harrison Ford en el papel de Indiana Jones, o como imagen del National Geographic.

Lucas, te presento a Mariana Martinez, la nueva diseñadora del departamento. —Al ver que la miraba con curiosidad añadió—: Fui a buscarla al aeropuerto el viernes, ¿recuerdas que te lo comenté?

Sí, claro. Es un placer, Mariana. —Le besó la mano—. Y dime, ¿a pesar de que Peter llegó tarde al aeropuerto has decidido quedarte? —Le soltó afectuosamente la mano—. Te juro que los ingleses auténticos no somos así. Nosotros sí que sabemos cómo tratar a una dama. —Le cogió el abrigo—. ¿Cómo has pasado el fin de semana?

—Bien, gracias. Y sí, al final me quedo. Tampoco tengo adonde ir. Pero por favor llámame Lali.

—Está bien. Lali. Y eso es porque no quieres —respondió Lucas flirteando, como era costumbre en él.

Déjate de tonterías, Lucas, a las diez tengo una reunión y quiero dejar a Lali instalada en su sitio. —«Además —pensó Peter , si vuelves a mirarla de esa manera te saco los ojos de las órbitas. A Lali  ajena a esos pensamientos, le sorprendió bastante el tono de Peter  y para quitarle aspereza a sus palabras le dijo:

Tranquilo, vete. Seguro que Lucas me tratará muy bien. Intentaré no hacerte quedar mal.
Lucas se dio cuenta de que entre aquellos dos pasaba algo, y decidió optar por hacerse el tonto y dejar de flirtear con Lali antes de que Peter decidiera arrancarle la cabeza.

Nosotros también tenemos mucho trabajo, así que si quieres seguirme te presentaré a los diseñadores, fotógrafos y otros lunáticos del departamento. Peter  nos vemos luego y te cuento lo del reportaje sobre China. Adiós.

Dicho esto, Lucas y Lali dejaron solo a Peter frente al ascensor. Al final, decidió subir al segundo piso por la escalera, a ver si así se relajaba un poco. Lucas presentó a Lali a todo el departamento gráfico, la condujo a un pequeño cubículo al lado del suyo y le explicó qué se esperaba de ella. Su trabajo iba a consistir básicamente en maquetar las páginas. 
Por suerte, gracias a Lucas y a sus otros compañeros, su primer día de trabajo fue todo un éxito. Lali se hizo rápidamente con los programas de la revista y en seguida captó en qué consistía su tarea. Las horas pasaron volando, y cuando llegó la hora de salir, Lucas apareció por encima de su cubículo.

—Esto es todo por hoy. Vamos, no nos hagas quedar mal haciendo ya horas extra y vete a casa. ¿Esperas a que venga Peter o te vas sola?

Lali estaba pensando qué debía hacer cuando se abrió el ascensor y de él salió su objeto de preocupación.

—¿Estás lista para irnos?

No puedo creer lo que ven mis ojos —intervino Lucas burlón—. Peter yéndose de la revista antes de la una de la madrugada. Imposible. Lali  —prosiguió dirigiéndose a ella—, te has ganado mi admiración para toda la vida.

No digas tonterías —respondió ella sonrojada.

Eso mismo, no digas tonterías —la secundó Peter, y cogió el abrigo de Lali  que estaba colgado en el perchero que había junto al ascensor—. Vamos, antes de ir a casa me gustaría enseñarte un poco el barrio.

Lucas, que no podía dejar de sonreír, observó cómo los dos se iban juntos, e iniciaban así una rutina que se repetiría a lo largo de toda la semana. En efecto, a partir de ese día, siempre que le era posible Peter iba a buscar a Lali para irse juntos a su casa. 
Una tarde que salieron de la revista un poco antes de lo habitual, Peter la llevó a pasear a Hyde Park y la convenció para comer algo allí, sentados en un banco. En esa ocasión, le contó que no hablaba con su madre desde hacía diez años, y que lo peor de todo era que ya no la echaba de menos. Lali le explicó un cuento que su abuela solía contarle sobre cómo se formó la constelación de la Osa Menor. En ese mismo instante, Peter supo que jamás podría volver a visitar Hyde Park sin pensar en Lali.

Hacía ya cinco semanas que había llegado a Londres. Durante esas cinco semanas, habían compartido muchas cosas. Cada noche, después de cenar, se quedaban hablando, recordando sus aventuras de cuando eran pequeños, o contándose cosas que ninguno de los dos había contado nunca antes a nadie. Luego, cada mañana, iban a trabajar juntos, y a la hora de salir, si Peter tenía que quedarse hasta más tarde, la llamaba para que se fuera con Lucas o con otro de sus compañeros. Nunca dejaba que se marchase sola. Los fines de semana eran aún «peor». Peter la había llevado al teatro, a cenar con sus amigos, al cine. Le abría las puertas de los taxis, le decía lo guapa que estaba y, de vez en cuando, le daba la mano o le acariciaba la mejilla. Pero nada más. Si seguía así, Lali iba a volverse completamente loca.
Trabajar en el mismo sitio y compartir casa ya era de por sí difícil de sobrellevar, pero si a eso le sumaba lo encantador que estaba cuando salían por ahí juntos, la cosa rozaba ya la tortura. Lali recordaba como especialmente «dolorosa» la noche del pasado sábado, cuando Peter la sorprendió con dos entradas para la ópera. Lo peor de todo fue cuando, al finalizar la ópera, fueron a tomar una copa con sus amigos. Lucas, Candela, su hermana Mery, Simón y Rocío estaban en un local a unas cuantas manzanas, y de camino hacia allí, Peter la rodeó con el brazo. Tan pronto como cruzaron la puerta del local, Peter la soltó, respiró hondo (cosa que hacía cada vez más a menudo) y fue a charlar con Lucas  Lali se acercó a Candela para hacer lo mismo, pero Simón la interceptó, se sentó a su lado y, con sus bromas y piropos, logró que se sonrojara. Era incorregible; incluso la convenció para que bailara con él un par de canciones. Lástima que al final de la segunda Peter decidió que había llegado el momento de regresar a casa y, sin ningún tacto, tiró de ella hacia la salida.

Todas las noches, antes de dormirse, Lali intentaba pasar revista al día para ver si lograba averiguar lo que de verdad pretendía Peter  había veces en que llegaba a la conclusión de que él sólo quería que fueran amigos, pero había otras noches en las que estaba convencida de que él también quería algo más.
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Twitter: @somosllaves.


4 comentarios:

  1. ay ay ay ay , debe ser una situacion extraña para peter tmb, pero q no la confunda pobreeeeeeeeeee lali jajaja

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  2. pobre Lali! hombres... que se le va a hacer, che sabes que me paso? me quede re tildada mirando la imagen que tienes puesta, diooos que besos, que énfasis jajjaja creo que hoy volveré a ver la 3 temporada jajaja un beso genia
    Espero el próximo

    @cf_planzani_cat

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  3. y despues las mujeres somos las indecisas e histericas? ayyyy Peter! la va a voler loca!

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