8 de mayo de 2013

Capítulo uno.




Buenos Aires, aeropuerto de Ezeiza.
Unos seis meses antes.

Julia estaba muy nerviosa. Aún no sabía cómo se había dejado convencer; apenas hacía una semana que le habían quitado el yeso de la pierna, eso de instalarse en casa de Iván era una locura. Era el mejor amigo de su hermano mayor y, por desgracia, el primer chico del que ella se había enamorado. Por suerte él nunca se dio cuenta, así que ahora podía ahorrarse la vergüenza.

Julia, ¿estás segura de que lo llevas todo? —preguntó su madre por enésima vez.

Sí, estoy segura. Y si me olvido algo ya me lo mandarás, Londres no esta tan lejos—respondió ella sin saber muy bien qué era lo que le estaba preguntando.

Estoy seguro de que esta experiencia te irá bien —comentó su padre mientras cargaba las maletas en la cinta para facturarlas—. Ya era hora de que dieras un cambio a tu vida.

Ya —replicó Julia ausente.

Unos meses atrás, pocos días después de Navidad, Julia se cayó por la escalera y se rompió la pierna por varios sitios. La historia no tenía demasiado glamur; estaba sola en su piso de Buenos Aires, cuando decidió ir a por las cajas de la mudanza que aún tenía por desempacar. Las cajas que le faltaban por ordenar estaban en el desván. Bajaba cargada con las mantas y los abrigos y, como era habitual en alguien tan torpe como ella, tropezó por la escalera. Cuando se vio allí, en el suelo, con las mantas a su alrededor y sin su teléfono móvil encima, se echó a llorar. No sólo porque la pierna le dolía mucho, muchísimo, sino porque estaba sola, cansada y hacía tiempo que nada le salía bien. Por suerte, antes de que perdiera por completo los nervios, apareció su vecina, la señora Anderson, con Boby, su perro. 

En el hospital la historia empeoró. Le comunicó el doctor que se había roto dos dedos de un pie y un tobillo. Tenían que enyesarla desde la punta del pie hasta la rodilla y, como mínimo, iba a tardar unos dos meses en recuperarse del todo. En fin, apoyó la cabeza en la almohada y se resignó a esperar a que Marcos, el afortunado que había contestado a su llamada, fuera a buscarla. 

Tras salir del hospital, Marcos la llevó a casa de sus padres, en un pueblo cercano a la capital. Durante el trayecto, Julia lloró y se durmió, pero antes, Marcos tuvo que confesarle lo que había hecho durante esos dos meses en que no se habían visto. Él trabajaba en una multinacional y, aunque él se negara a reconocerlo, era un adicto al trabajo y a los aviones. Cuando llegaron a la casa, toda su familia estaba allí.

La familia Vetrano era difícil de definir; si no se formaba parte de ella, no se lograba entenderla, y si sí, tampoco. Eran agotadores; siempre se peleaban y se abrazaban y se telefoneaban por cualquier tontería. Los padres, Candela y Agustín, llevaban juntos toda la vida, y aún parecían ser novios. Agustín estaba totalmente convencido de que podía controlar el destino y que, por lo tanto, a sus hijos nunca les ocurriría nada malo; y que, además, y ésa era la parte más complicada, ellos siempre harían lo que él quisiera. Candela, la matriarca, una mezcla curiosa entre una mamma italiana y una intelectual francesa, había educado a seis fieras, siete si contaba a su marido, con la más estricta suavidad. Era dulce e implacable, e imposible de engañar; todos lo habían intentado sin éxito.

Sus seis hijos también eran únicos, en más de un sentido. Marcos era el primogénito, tenía veintiséis años y era duro, serio y estricto, el mayor a todos los efectos. Álex y Marc eran mellizos de veinticinco años. Julia, tenía veintitrés años y, hasta el momento, una vida un poco desastrosa. Helena y Martina eran «las niñas», y con sus respectivos veintidós y veinte años, tenían una vida social muy ocupada.

Julia vio que una chica de veintitrés años, una edad fantástica, tenía que saber cuál era su objetivo en la vida, o al menos tener una vaga idea. No bastaba con que hubiera alquilado un piso en la ciudad y que tuviera un trabajo más o menos estable (más menos que más). Tenía que tener un plan, una meta. Tal vez estuvieran en lo cierto, tal vez había llegado el momento de dar un volantazo a su vida. Así que, tres meses después de «la catástrofe», ahí estaba; aún un poco coja, pero a punto de subirse a un avión hacia Londres.

Julia, ¿se puede saber en qué piensas? —preguntó Marcos chasqueando los dedos delante de sus narices.

Ya verás como este trabajo en Inglaterra te irá muy bien, e Iván cuidará de ti. Aún me acuerdo de cuando solía venir por casa todos los veranos. ¿Y tú?

Marcos, ¿qué le dijiste a Iván cuando lo llamaste?
Preguntó su madre. Julia miró a su hermano, muy interesada por escuchar la respuesta a esa pregunta.

La verdad; que Julia se había roto una pierna y que cuando se recuperara quería dar una nueva orientación a su carrera profesional. Dado que él es el editor jefe de la revista en la que trabaja, pensé que podría ayudarla. Y así ha sido, ¿no?

Un nuevo empleo, una nueva oportunidad, una nueva ciudad, y volver a ver a Iván. El empleo le venía genial, siempre había deseado trabajar en una revista y seguro que podría aprender mucho. La oportunidad; haría todo lo que estuviera en sus manos, y más aún, para no desaprovecharla. La ciudad; Londres siempre le había encantado y estaba ansiosa por vivir allí durante seis meses, en principio, lo que iba a durar su contrato en la capital británica. Iván... bueno..., seguro que después de diez años, una ya ha superado la tontería del primer chico que le gusta, ¿no? Tan malo no podía ser. Al cabo de unas tres horas se dio cuenta de que era aún peor.

A Iván no le extrañó que Marcos lo llamara un jueves a la una de la madrugada. Lo que sí le extrañó fue el motivo de su llamada: Julia.
Hacía diez años que no la veía. Era la hermana preferida de Marcos y siempre que Iván estaba con ella se sentía incómodo, era como si pudiera leerle el pensamiento. Al principio de vivir en Inglaterra, incluso había llegado a echarla de menos. Siempre se acordaría del día en que él cumplió diecisiete años. Sus padres se estaban peleando, como de costumbre, y optó por ir a casa de Marcos. Era verano, y cuando llegó a la casa sólo encontró a Julia. Estaba en el jardín, leyendo un libro, como siempre; levantó la vista y lo miró a los ojos. Él nunca supo que fue lo que ella vio en ellos, pero su cara cambió de golpe y se puso de pie.

Iván, ¿estás bien? —preguntó levantando una ceja por encima de los lentes. Por aquel entonces llevaba todavía los lentes.

Sí, claro —carraspeó él—. ¿Dónde está Marcos? —¿Cómo podía ser que una niña de trece años pudiese ponerlo tan nervioso?

En la playa —contestó ella acercándosele—. Todos están allí.

¿Y tú qué haces aquí? —Él se apartó y se sentó en el escalón que separaba la casa del jardín.

Yo, bueno. — se sonrojó—. Estaba leyendo y... no me gusta leer en la playa; el viento, el sol.

¿Qué libro es? —preguntó él.

Charlie y la fábrica de chocolate. ¿Lo has leído?

Pues no, no lo he leído. Ella volvía a estar a su lado, y lo miraba de una manera extraña.

Acabo de acordarme de una cosa —dijo Julia sin apartarse.
Hoy es tu cumpleaños.

¿Y?

—Nada. Felicidades.

Julia se acercó a él para darle un beso en la mejilla, pero Iván giró la cabeza para que sus labios encontraran los de ella. Siendo sincero consigo mismo, todavía no tenía ni idea de por qué lo había hecho; tal vez una parte de él quería sentir que alguien lo quería, que para alguien, él era especial. Fue una tontería, pero aún se acordaba del vuelco que le dio el corazón al sentir los inexpertos labios de ella bajo los suyos. Fue una leve caricia y Julia en seguida se apartó. Iván se sonrojó de la cabeza a los pies.

Él sabía que en aquella familia se besaban a la más mínima y nunca había entendido el porqué. La verdad era que al principio esa costumbre lo incomodaba un poco; en su casa nunca se besaban, ni siquiera se abrazaban. Mientras que los Vetrano eran muy cariñosos. Con los años, ya se había acostumbrado. Cada vez que la madre de Marcos le abrazaba, no sabía dónde poner las manos y cuando se apartaba tenía miedo de que todos notaran que él no sabía hacerlo, que no sabía ser cariñoso. Pero el beso de Julia lo sacudió, tuvo ganas de llorar y aún entonces, diez años después, se acordaba de lo dulce que había sido ese momento.

Gracias —consiguió responder él—. Eres la primera persona que me felicita.

Me alegro —dijo ella—. ¿Vas a ir a la playa o prefieres esperar aquí? — volvió a agarrar el libro y siguió leyendo.

Esperaré aquí. ¿Te molesto? —preguntó él tumbándose en la hamaca que había en el jardín.

No —contestó ella sin levantar la vista.

Él se quedó mirándola. Era curioso, había salido de su casa con ganas de matar a alguien y, tras hablar con ella unos minutos, ya se había olvidado de sus padres, de sus gritos, de su tristeza.

Ya está —exclamó sacándolo de su ensimismamiento. No sabía si habían pasado diez minutos o dos horas.

—¿El qué?

El libro. Lo he terminado. —Se levantó y se acercó a la hamaca en la que él estaba tumbado—. Toma, te lo regalo. —Ella le dio el libro y al ver que él la miraba sorprendido, añadió—: ¿Es tu cumpleaños, no? —Lo besó en la mejilla y se fue.

Con el recuerdo de ese beso tan inocente, se durmió y no se despertó hasta que el tonto de Marcos lo duchó por completo con el agua helada de la manguera para felicitarlo.

A partir de ese verano las cosas cambiaron mucho. Sus padres iniciaron ya los trámites definitivos del divorcio, y la vida de Iván se convirtió en un infierno hasta que por fin se fue a vivir a Inglaterra, con su abuela. Toda la familia Vetrano se despidió de él, lo abrazaron y le dijeron que siempre sería bien recibido. Nunca volvió a esa casa, ni tampoco a ese barrio, pero él y Marcos habían seguido siendo amigos; de hecho, Marcos era su mejor amigo. Y Charlie y la fábrica de chocolate estaba guardado en el primer cajón del escritorio de su despacho.

Hacía años que no se acordaba de ese beso ni de ese verano, ¿por qué diablos lo había hecho ahora? Bueno, tampoco tenía demasiada importancia, Julia no llegaría hasta dentro de unas semanas y seguro que ella ni lo recordaba. La trataría como si fuera su hermana, lástima que no tuviese ninguna; la ayudaría en el trabajo y se esforzaría para que se sintiese a gusto durante los meses que pasara en Londres. Después de lo bien que esa familia se había portado con él, era lo mínimo que podía hacer.
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HOLA HOLA!! Si no entienden algo, avisen :D

+10 FIRMAS, PRÓXIMO CAPÍTULO.

12 comentarios:

  1. AAAAAAAAAAhh Amo amo y contra re puta amo esta pareja! Una de mis preferidas (Después de Lali&Peter) nkeoviskwncakwoicskwb espero muchos caps mas! Besos y hola, me llamo maria jajaj :)

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  2. En que novela/serie salian ellos dos?

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  3. Bueno ya se k es lo k escondia Ivan.Su miedo al amor x lo k pasaba en su casa.Dificil lo k tenia k pasar sin tan siquiera tener un pequeño gesto d cariño.K bello aun conserva el libro y bien cerquita d el.

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  4. El libro como.sigue con la histori de ellos despues de que julia llegara o despues cuando ella le confiesa sus sentimientos??


    PD :mmmmaasss

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  5. Siempree los he amadoo me encanta como va la historia

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  6. Hola es la primera vez que entro a tu blog y me encanta esta nove :)

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  7. En el comentario anterior me olvide de decirte mi nombre me llamo Lucia y mi twitter es @22lulii

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